sábado, 2 de noviembre de 2019

Las ceremonias de lo irrecuperable


Potestad de Pavlovsky en código Forteza

Escribe:
Fernando González Oubiña



Potestad es sin duda la obra donde se manifiesta con más claridad que su autor fue psiquiatra, por momentos parece la transcripción literal de una sesión de análisis,  texto que posee una cualidad casi enunciativa, las cosas que dice el personaje protagónico, parecieran extemporáneas de sus sensaciones, el sufrimiento se sublima en la oralidad, el autor decide perder al público, enredarlo en puntos de vista encontrados acerca del horror de la desaparición forzada de personas, en la contrapartida de una familia apropiadora, pero esta denuncia funciona finalmente como metáfora de todo lo perdido, de lo irrecuperable.

Ya he abundado en este mismo espacio en datos biográficos sobre Eduardo Pavlovsky (1933 - 2015) acerca de su carrera, premios y de sus aportes como dramaturgo, actor y terapeuta psicodramático; éste es un legado que Christian Forteza sabe poner en valor, con las puestas en escena aquí reseñadas de Cámara lenta y Rojos Globos Rojos que resignifican la dramaturgia antes que versionarla, respetando la esencia, incluso allanando hermetismos propios del semiólogo que escribe para luego representar sus obras, rara nobleza en estos tiempos en los que algunos directores se agencian la autoría de obras emblemáticas retocando apenas su contenido formal.



Declaraba acerca de Potestad, Tato Pavlovsky a la revista Sudestada, en Abril 2008: “… Fue un gran impacto en Brasil, y después vinimos acá y me empezaron a invitar de festivales internacionales representando al país. En el ‘87 la hice en Cádiz; ‘88, en Madrid, luego Londres, Nueva York, Canadá (donde saqué los premios a la mejor obra y mejor actuación). Estuvo presentada enormemente, pero acá no la hacía en temporada: la daba diez veces seguidas o tres, después me llamaban de afuera, le daban un premio en Los Ángeles, en España. La llevaba porque me daban un premio a la trayectoria, es mi obra emblemática…”

La definición de lo siniestro le cabe a Potestad, es aquello que nos causa horror en lo cotidiano, lo inesperado que trastoca para siempre la vida de alguien, en este caso un padre que pierde contacto con su hija, el texto es hermético hasta un punto, complejo y estudiadamente confuso, pero aborda el tema del secuestro y posterior desaparición de personas, durante la última dictadura militar, en este caso y crípticamente incluyendo el conflicto de la restitución de identidad, temática recurrente en el imaginario Pavloviano.
Aquí se cifra el pensamiento humanista del autor, la síntesis de un postulado político, alineado con esta temática e ideología Forteza decide extrapolar una cualidad de showman del personaje protagónico que está muy presente en el texto original y aún más en las zonas de improvisación cuando él representaba su obra, ya que Pavlovsky mayormente escribía para sí mismo.

El director circunscribe a Jorge Lorenzo a sus menores tentaciones humorísticas, la risa del público aparece nerviosamente, a hurtadillas, y en general cuando el actor se torna físico, quebrando una imaginaria línea metafísica entre las sensaciones y las dinámicas corporales (Tadeusz Kantor aparece entre líneas en este punto). Pero estos impulsos de comedia, aparentemente abortados, son parte de la particular visión del director en cuanto al hecho dramático, donde decide emociones, ritmos, silencios y una particular estética en el decir. Desde allí y colateralmente logra potenciar el mensaje, incluso mejorando el texto original, en esta versión tornada al unipersonal.

Dentro de la producción de estos artistas, que como progresión tuve el privilegio de presenciar, observo que esta puesta en escena es una de las más físicas, con más desplazamientos, y el cuerpo del actor fluye. Cuando se produce el contraste entre lo físico y el texto es donde aparece la sonrisa del público, incluso dentro del dramatismo, también en la ausencia de grito, sin la exasperación dramática, el director elije cortar abruptamente la situación con un breve silencio e inmovilidad y reacomodar al actor en el espacio, maravilloso recurso, herencia de don Bertolt y su corte brechtiano o Verfremdungseffekt. Nuevamente observo los mínimos requerimientos en cuanto a lo escenográfico y a efectos: es el “hiperteatro” de Forteza, donde nada o muy poco es necesario aparte del actor. Hay un riesgo que la adaptación supera ampliamente en la supresión del personaje femenino, quitándole al espectáculo su cualidad psicodramática, para concentrar en el conflicto, en la fábula propuesta, toda la atención del público.


Sin estridencias, Lorenzo despliega una partitura emocional muy clara, muy técnica, pero en el mejor sentido, el público no nota la feroz mano del director, la ritualidad impuesta y Jorge se luce una vez más en escena, es sin dudas un artista con enormes capacidades expresivas, aún en las siempre restrictivas condiciones que pertenecer a la secta de Christian Forteza requiere, la progresión de tonos y matices en su voz y en su cuerpo no llega nunca a la crispación, aunque muchos textos tuvieron esa intencionalidad en el texto original, y en los registros del propio Tato representando esta obra. Forteza afila el punzante bisturí de sus matemáticos límites, orquesta la voz del actante, incluso su ritmo respiratorio y esa cadencia desplaza la necesidad del grito, pero resignifica su valor en muy interesantes semitonos y en sensaciones contenidas. Una intricada trama de imaginarios personajes que afloran en el recuerdo de este hombre, roto por dentro, como dice el texto, describen un complejo universo. Mérito extra de Lorenzo que en esta ocasión potencia su excepcional presencia escénica con lirismo y levedad.

Pavlovsky declaraba a la revista Ñ en 2013: “… Gran parte de la clase media ha sido cómplice del terrorismo de Estado y no sólo por miedo. Me lo han dicho cuando me hice pasar por periodista uruguayo: “Había un orden”. Es un sector con gente muy brillante porque la universidad era muy buena, la educación era muy buena. Yo he sido un beneficiado por eso, nunca pagué un peso para ser médico. Después para el psicoanálisis empecé a pagar. Pero un intelectual debe ser un francotirador, tiene que denunciar continuamente, devolverle a la sociedad lo que ve en una opinión, una obra de arte, una denuncia, un trabajo, hacer algo, moverse con la fuerza de la devolución de lo que te han dado y no puede involucrarse con el poder…”

Escrita  en el 1984, estrenada en 1985 y publicada en el 1987, su autor sufrió en carne propia la maquinaria asesina del terrorismo de Estado, su curiosa yuxtaposición de política, psicoanálisis y teatro fue recibida en 1974 con el estallido de una bomba en el teatro Payró, durante la exitosa temporada de El señor Galíndez, luego con Telarañas, la obra fue prohibida en 1977, incluso un grupo de tareas allanó su casa y su consultorio, Tato escapó por el techo y con el pasaporte vencido se fue a Uruguay, de ahí a Brasil y finalmente llegó a Madrid. Potestad explora semiológicamente las patologías sociales, especialmente las secuelas de acciones asesinas en sobrevivientes de la última dictadura.

Esta versión de Potestad estrenada en 2013 sigue de gira por diversos escenarios de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires, interesante desde todo punto de vista, es otro virtuoso ejercicio actoral al que Jorge Lorenzo nos tiene acostumbrados, es el concepto de partitura emocional que Forteza dispone para el actor digno de ser elogiado, dato muy técnico, pero esta propuesta soporta la lectura en varios niveles de apreciación, es una obra que ha sellado un pacto casi fetichista entre actor y director, y que merece ser rastreada por los amantes del buen teatro para disfrutarla en los diversos escenarios donde se ofrece, a la gorra, esto también es un detalle destacable, notables artistas comprometidos con un mensaje.

Gacetilla de Prensa:

Un espectáculo en homenaje a Eduardo "Tato" Pavlovsky y a los treinta años en democracia.
"El mal cometido por la gente común no es la excepción sino la regla" Ervin Staub. El dolor y la tortura íntima de un hombre frente a la ausencia de su única hija, cuando todo se reduce a rescatarla con la memoria. Retener el tiempo. Repeler la angustia. Evocar con obsesión, miradas, posturas, distancias, palabras y silencios. Víctima y victimario se confunden. La violenta confesión de la verdad. El hombre que estaba acostumbrado a certificar la muerte de los demás, se enfrenta a la impotente soledad de su propia muerte interna

Ficha técnico artística


Espectáculo en giro por la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires.