viernes, 23 de octubre de 2015

Una puesta de Tito Andrónico

Shakespeare 
en adaptación
de Martín Barreiro

Escribe.
Alejandro Miroli


Tragedia extrema, hiperbólica, que empuja la violencia hasta que parezca superar la trasposición dramática y convertirse en un regodeo, en una provocación del autor, The Lamentable Tragedy of Titus Andronicus es considerada la primera tragedia de Shakespeare, escrita entre 1588 y 1593 e interpretada por primera vez el 24 de enero de 1594[1].  Las fuentes de esta tragedia serían obras que en la época evocaban las inacabadas venganzas de sangre –lo cual le conferiría a The Lamentable Tragedy of Titus Andronicus una estirpe común con El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ambas obras que metaforizan un género previo.   Su personaje más siniestro Aaron el moro sirviente y amante de Tamora, está inspirado en el Barrabás, de la obra homónima de Christopher Marlowe y desde él en la dramaturgia de Séneca.   Es este personaje el que según Harold Bloom tiene la carga teatral ya que “Sin Aaron, Titus Andronicus sería insoportable, el primer acto parece extenderse eternamente, dado que él no tiene parlamentos, si bien está en escena…”[2]; sí el mal atrae, y al mismo tiempo no fascina y horroriza, Aaron es tal vez el personaje central, quien digita el daño final y definitivo, que lleva a la hipérbole: la violación de Lavinia y asesinato de  su marido, y la consiguiente conspiración para inculpar a los hijos de Andrónico, y el gozo de lograr que este se ampute la mano en la creencia de que de ese modo salvaría a sus hijos de la falas imputación.



En la tragedia Roma es objeto de burla, y los godos –eternos enemigos del imperio- son casi igualados a los romanos, cuando Saturnino toma a Tamora como su esposa, quien pasa de rival a emperatriz de Roma y por ello puede planear su venganza como reina derrotada –en cuya familia Tito ejerce la venganza por sus propios hijos caídos, sacrificando al hijo mayor de Tamora según el ritual romano.
La desmesura de la obra, la ambigüedad moral y carencia de perspicacia de Tito, y el mal desatado y encadenado por la venganza continua y el honor que sólo se sirve con sangre, tornan a Tito Andrónico una obra inquietante que expone –como resume Bloom- “se trata de detonar una explosión de rancia ironía que va mucho más allá de los límites de la parodia…que no anuncia ni King Lear ni Coriolanus sino Artaud”[3].   Y esa situación de tragedia extrema que sobrepasa los límites clásicos del género y de ese modo adquiere una modernidad anticipatoria, que genera una inquietud, debe llegar al espectador, debe sentir estos matices y pliegues de cada personaje.   Por ello el teatro clásico, exige actores de talante teatral, que pongan toda su composición en la densidad dramática de los personajes, y los directores deben atender especialmente ésto.  


Y en ese sentido Aaron aparece desdibujado, un narrador que cuenta la acción, que inspira a Tamora, a y sus hijos Demetrio y Quirón, pero que no aterra, no pone en ellos, la perversión que haga fruncir el corazón ante la presencia de tal intensa malignidad.  Y en la Lavinia de Pam Morrison también cuesta hallar la mayor víctima de la historia –violada y amputada, y finalmente ofrecida por su padre en holocausto reparador.
Por el contrario, Tito Andrónico tiene la exacta presencia escénica, de quien conjura lucidez, miseria de miras  y estupor ante la cadena de sucesos que diezman su linaje, de modo que Fernando Blanes literalmente se pone la obra al hombro.   Los dos personajes que componen Adrian Sett están llevados al borde: un Saturnino afectado en extremo, y un Demetrio bestial y bufo.  El resto del elenco es correcto en sus interpretaciones.
La versión de Martín Barreiro acorta la obra y prescinde de algunos personajes –Marco Andrónico, hermano de Tito, su hijo Publio, ni Basanio –hermano de Saturnino- ni los restantes hijos de Tito.   Ello agiliza y abrevia la puesta sin restar espesor dramático.
Una sala en penumbras, tal vez más que las necesarias, y un sonido austero acompañan la obra, la escenografía resuelve con recursos móviles el ámbito de palacio y el más mundano residencial; y el vestuario –vagamente atemporal- no desentona con la neutralidad epocal que eligió el director.



Ficha técnico artística

TEATRO EL CONVENTO
Reconquista 269 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4264-1101

Web: 
http://www.teatroelconvento.com.ar
Entrada: $ 100,00 - Sábado - 21:00 hs - Hasta el 28/11/2015 




[1] “Art. Titus Andronicus” en The Oxford Companion to Shakespeare, Oxford, OUP, 2001, pp. 478-480.
[2] Bloom, Harold Shakesperare. The Invention of the Human Nueva York, Riverhead Books, 1998, p. 82.
[3] Bloom, Harold, op. Cit, p. 83.

La amante de Lawrence

Una obra de Beatriz Matar




Escribe:
Alejandro Miroli


Estrenada en Madrid en 1998 y en la Argentina en el 2004, ésta es la segunda puesta de la obra de Beatriz Matar en nuestro ámbito teatral.  Una obra sobre el amor y el desencuentro, y simultáneamente sobre el extraño que viene a cambiar el orden de las cosas que se daba como el único posible.
La amante de Lawrence puede interpretarse como una historia de amor –el descubrimiento de la propia sexualidad y la propia potencia emocional encerrada de una mujer– o –en la línea de El Matadero, El Inglés de los huesos y Shane (USA, 1953, George Stevens), entre tantas otras historias– como una historia de develamiento en la que una pareja descubre que la vida que tenían era irreal, inauténtica, nula. Un extraño aparece y cambia en forma definitiva la situación anterior –en el caso de La amante de Lawrence será un escritor que está pasando unos días en un casco de estancia, a cargo del capataz y de su esposa.  

Y allí, donde Andrés está viviendo tal vez su despedida de la vida por una infección generalizada, descubre la sensualidad de la reservada y remisa Laura, cuyo marido, un hombre simple, acostumbrado a una moral de trabajo sumisa y a una visión machista de la vida y las relaciones, la desprecia en cada intento en que ella quiere eso. En Andrés, Laura encuentra el despertar, tanto a su sexualidad reprimida como a su emoción y su expresión literaria.
Sí la primera interpretación es la más fácil –y abonada por el texto de D. H. Lawrence que acompaña la tarjeta-programa (“El amor puede tener muchas formas, muchísimas formas. Tiene que tener muchísimas formas. De lo contrario, es tiranía, muerte, nada más.”)–, la segunda interpretación también parece inevitable. Porque ese proceso de descubrimiento del vacío y la ficción afecta a la pareja que llevan casi por inercia Laura y Ramón. Y ello porque –como el final de la obra parece anunciar– el paso de Andrés no sólo afecta a Laura, sino a su marido quien comprende que esa mujer es una extraña, que no tiene mucho que ver con aquella que él mandoneaba. 


Ramón el personaje más interesante, quien si hubiera sido encarado en una visión tópica, hubiera realizado su desprecio por Laura con una golpiza o una violación o algo semejante, pero al contrario, y esta es la mayor fortaleza de la obra, lo que va viendo es que Laura se va alejando y que nada de su esquema de vida, nada de su visión de las mujeres y del sexo, puede retenerla. En ese sentido, la autora elige la opción de más riesgo: explorar los sentimientos de un machista y alcohólico sin caricaturizarlo, sin reducirlo a una forma predecible. Y ello va acompañado por la actuación de Jorge Booth, quien pone en su personaje la violencia contenida. El resto del elenco, presenta una cierta inclinación a conversar, sin que se pueda notar la compleja situación emocional que presentan Laura y Andrés.
El vestuario acompaña las jornadas en que la obra transcurre, la escenografía divide el espacio en varios recintos con la iluminación y el fuera de escenario como recurso.



Ficha técnico artística:
Elenco por orden de aparición: Alejandro Velasco ( ANDRÉS), Verónica Alvarenga ( LAURA) y Jorge Booth (RAMÓN) Ambientación y vestuario: Constanza Gentile Diseño de Luces: Oscar Gamundi Selección musical: Diego Videla Gutiérrez – Luis Salado Fotografía y Diseño: Pablo Rodríguez Pandolfi Prensa: Laura Castillo Asistencia de Dirección: Valentina Massei – Pablo Rodríguez Pandolfi Dirección General: Luis Salado



Teatro Boedo XXI – Boedo 853
Ciudad Autónoma de Buenos Aires


teat