viernes, 6 de abril de 2012

El cadáver de un recuerdo enterrado vivo

En dirección de Sergio Boris


Escribe: Héctor Alvarez Castillo




Buscamos al autor, y no hay autor; no al menos como se presenta habitualmente. El programa informa lo que ha sucedido. “El cadáver de un recuerdo enterrado vivo” es el proyecto y realización de un grupo de actores hoy egresados del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), que trabajó bajo la dirección de Sergio Boris. A comienzos del año 2010, como tesis de graduación, este joven e interesante grupo de artistas se propuso crear una obra en conjunto, y logró llevar a escena, en base a un mundo oficinístico, temas y miedos, vínculos y obsesiones, que nos rozan a todos.
“El cadáver de un recuerdo enterrado vivo” ha logrado importantes distinciones, entre ellas: Mejor espectáculo Iberoamericano (24to. Festival Internacional de Teatro Universitario de Blumenau, Brasil, 2011), y ha sido el Primer elenco extranjero invitado al 11mo. Festival Internacional de Teatro de Belo Horizonte, Brasil. Ahora, en su tercera temporada, se hace presente en una de las salas más emblemáticas de Buenos Aires, en el “Teatro del pueblo, sala dedicada al autor argentino.
Recordemos que éste ha sido el primer teatro independiente de América Latina, creado en 1930, y que tuvo entre algunos de sus entusiastas miembros a Leónidas Barletta –su fundador–, Roberto Arlt, Josefina Goldar y Roberto Mariani.



En “El cadáver de un recuerdo enterrado vivo” coinciden –a semejanza de un nudo en el camino– distintos temas y focos de reflexión. La obra se inicia al cumplirse el sexto mes de la muerte de Silvia, la dueña de la empresa y mujer de Arismundi. El viudo será quien tome las riendas tras esta desaparición, pero sepultando la empresa en la inacción. Lo que podría ser un drama se convierte en un mundo disparatado, con claves esotéricas, manipulación, asfixia, celos. Lo dramático se transfigura en absurdo, con muestras de comicidad. Y hay clima de locura aún en el recogimiento de algunos personajes o en ciertas tentativas por huir de la melancolía. La empresa, la oficina, parece contener las mayores aspiraciones de sus integrantes. Y con la desaparición de Silvia, la actitud de Arismundi –ese no firmar nada, no dejar que nada trascurra– los condena. Arismundi no habilita la acción. Podríamos conjeturar que detiene el tiempo. Habrá escenas de esoterismo, se oficiaran ritos sagrados para ese mundo oficinístico, se perpetuarán los símbolos del agua, la luz, la inmersión que transfigura, los manuscritos de Silvia, su palabra, su sitio visto como se ve un templo. La palabra evocada de la muerta, su presencia final, disparan la histeria general. Silvia los conmueve por dentro; los lleva a la exasperación.
En este clima y desarrollo, presenciamos acertadas reformulaciones del espacio, gracias a pequeños cambios en la disposición de los decorados y la escenografía, acompañado por el constante despliegue escénico de los actores. Y es interesante la especulación que se abre acerca de una maratón. La maratón, símbolo de fidelidad a la empresa y de pertenencia a ese orden, trae aparejado el reconocimiento social entre los compañeros del orden oficinístico. No participar en ella es un gesto transgresor, que no es bien mirado por el resto de los integrantes. También se destaca el reiterado giro humorístico que se produce con las acertadas intervenciones de Pedro, ese humilde muchacho evangélico, venido del Paraguay.



Se me ocurre concebir a “El cadáver de un recuerdo enterrado vivo” como una opera con sus arias, duetos y coros. Cada uno da su monólogo, como si fuera su verdad, y en ese murmullo general se plantean cuestiones profundas sobre una superficie en apariencia banal. Es una propuesta creativa que asume riesgos desde su concepción. Quince actores en escena, donde cada uno de ellos tiene su momento, más allá del rol sobresaliente asignado a algunos de ellos, sobre esa pandemonium humano. También es correcto declarar que cada uno tiene su patología, incluso la muerta, y esas patologías, en ocasiones compartidas, se exhiben dentro de la gran familia que forman.
Los creadores agradecen a H. J. Johannes porque su “Crítica al oficinismo”, según declaran, ha sido su fuente de inspiración.


Elenco:

Silvia: Estefanía Alfieri
Teresa: Luciana Calarota
Tania: Ivana Carapezza
Arismundi: Facundo Cardosi
Huerto: Luciana Cruz
Rita: Eugenia Fernandez Lemos
Betima: Lucila Gomez Vaccaro
Cristina: Mariana Jaime
Mónica: Martié Molina
Marcela: Constanza Rafffaeta
Mabel: María Belén Ribelli
Pedro: César Riveros
Romina: Luciana Serio
Chiqui: Facundo Suárez
Susana: Gema Tocino
Blanca: Cecilia Wierzba / Eugenia Carraro

Vestuario: María Emilia Tambutti
Diseño de Luces y fotografía: Brenda Bianco
Escenografía: Ariel Vaccaro
Asistente de dirección: Adrián Silver
Dirección: Sergio Boris

Sala: Carlos Somigliana

4 comentarios:

  1. Inútil resistir la tentación de verla, luego de leer su comentario. Allá iremos entonces.

    ResponderEliminar
  2. muchas gracias por la critica hector!!!
    era estas invitada a venir a vernos cuando quieras!

    ResponderEliminar