miércoles, 24 de agosto de 2016

Shakespeare entre nosotros

El Rey Lear 

Escribe: Alejandro Miroli



Escrita hacia 1605, y publicada en 1608, King Lear es una de las mayores tragedias de William Shakespeare, y desde ese momento ha sido uno de sus textos más representados, traducidos y explorados. En nuestro tiempo, ha tenido numerosas versiones cinematográficas o televisivas, entre las cuales se cuentan las de Peter Brook (1971), Grigori Kozintsev (1971, sobre la traducción al ruso de Boris Pasternak) y Akira Kurosawa (1985); dos óperas: una de Aribet Reimann–con texto de Claus Henneberg, estrenada en 1978– y otra de Aulis Sallinen, -con texto propio, estrenada en 2000.

El personaje de Lear tiene fuentes literarias, históricas y míticas, que se remontan hasta el mundo celta narrado en la Historia regum Britanniae, de Geoffrey de Monmouth (estos eventos se encuentran en HRB II 135-260) Allí el autor comienza su crónica del siguiente modo:

“Luego que Bladud hallara su destino, su hijo Leir asumió el reinado y reinó por sesenta años.   Él hizo construir una ciudad sobre el rio Soar, llamada desde ese momento Kaerleir en británico y Leicester en ingles.  No tuvo hijos varones, sino tres hijas llamadas Goneril, Regan y Cordelia.   Su padre las amaba con extrema dedicación, especialmente a Cordelia, la más joven.” (HRB II, 135-140, traducción nuestra).”


Entre sus fuentes más cercanas se encuentran Arcadia (1590) de Philip Sidney y el anónimo The True Chronicle History of King Leir and his three daughters, Gonorill, Ragan, and Cordella (presumiblemente representada en 1594).

La obra desarrolla un paralelo narrativo y de motivación entre la historia del Rey Lear, sus tres hijas y sus yernos y la del conde de Gloucester y sus dos hijos Edgardo y Edmundo; en ambos casos está presente la compleja dialéctica entre las relaciones estamentales –los títulos nobiliarios y sus bienes anexos, que se heredan por vínculos de sangre y las relaciones emocionales, cuya lógica es ajena a los privilegios estamentales. Y en ambos casos dichas lógicas se encuentran en un conflicto irresoluble, que sólo se cierran con daño inmenso, hasta la muerte (cuando ambas historias convergen en el final, cuando Edgar –el hijo del conde de Gloucester, se hace cargo de la corona vacante de Britania que le es cedida por el conde de Albany). Entre ambas historias hay un contrapunto: Lear –al pretender que sus sucesoras tengan un poder menguado por la atención debida a su padre desata la tragedia al romper el delicado equilibrio que imponía la regla de sucesión dinástica –que es la cuestión más grave en las monarquías absolutas y estamentales, tanto que las relaciones familiares quedan suspendidas y el odio se desata entre los más íntimos, hasta culminar en el desprecio y la vocación homicida. Tal desmesura y sufrimiento desencadenado lleva a Harold Bloom a sostener que “Como tragedia King Lear solo encuentra un antecedente digno en el libro de Job …que Lear, expuesto a la tormenta en el páramo, es deliberadamente una figura Jobeana…” (Harold Bloom, epílogo a William Shakespeare: King Lear (The Annotated Shakespeare), Yale University Press, 2007, p. 195-6), lo que es vívido en el terrible lamento de Lear:

“¡Soplad vientos
Hasta hacer explotar vuestras mejillas!
¡Acción! ¡Soplad!
Huracanes cataratas del cielo volcaos
Sobre los campanarios y las torres
Hasta que no se vea ni una sola veleta.
Rayos sulfúricos
A la velocidad del pensamiento
Precursores seguros de la centella
Que parte en dos la encina
¡Chamuscad mi cabeza blanca!
Y vos trueno que todo lo sacudes
¡Aplanad el planeta!
¡Rompe los moldes de la naturaleza
Aniquila los gérmenes y las semillas
Para que nunca más
Vuelvan a procrearse hijos ingratos!”

(Acto III, 90-100, traducción de Nicanor Parra)



Por el contrario, el duque de Gloucester es un hombre medido, de voz prudente cuya tragedia se desata por la propia dinámica de la pertenencia estamental, entre hijos bastardos e hijos legítimos –que desata una vocación fratricida en Edmundo –el hijo bastardo para obtener la herencia que perdería de vivir Edgardo
El final de la obra es una de los pasajes más dramáticos de la historia del teatro: la locura y la lucidez se unen en el postrero reconocimiento que hace Lear de su amante hija Cordelia:

“¡Y mi pobre loquita estrangulada!
¡No no no vida!
Por qué motivo ha de vivir un perro
Un caballo una rata
¿Y en ti ni el más mínimo aliento?
¡Nunca nunca nunca nunca nunca!
Desabrochadme este botón por favor.
Gracias señor.
Veis miradla mirad sus labios.
¡Miren miren!”

(Acto V, 515-20, traducción de Nicanor Parra)

Es de celebrar la apuesta de la Compañía Teatro Argentino de Cámara –Teatro El Convento por mantener un repertorio clásico en el ámbito teatral de nuestra ciudad. El teatro clásico supone personajes con espesor histórico –visto la composición de Lear desde la antigua crónica celta hasta la convergencia de dos historias enhebradas– y son obras extensas, lo que exige tiempos de ensayo y composición de personajes, y cierta atención al texto –que originalmente estaba escrito en verso y cuya transcripción a prosa tiende a mermar la intensidad  dramática que provee aquella forma estilística- incluso la prosa volcada en castellano clásico supone un extrañamiento de la lengua hablada de nuestro tiempo, todo lo que puede ser alógeno a las actuales dramaturgias.   Esta puesta tiene una duración de dos horas sin intervalos, lo que debe ser destacado, y los actores mantienen el texto sin caídas; también hay un esfuerzo en la vestimenta que opera como el recurso principal para situar en época; la escenografía es mínima –una mesa que se mueve una y otra vez para cambiar ámbitos; en esa dirección los ambientes se logran con la iluminación, que acentúa los claroscuros –lo que puede conspirar un poco para las personas de corta visión.



En la puesta se pueden ver movimientos de danza, lo que es consistente con la declaración de principios de la compañía:

“De esta manera hemos elaborado, a lo largo de estos años, puestas inspiradas en el arte escénico de la época en que se gestaron las obras (el cuadro vivo, los escenarios simultáneos, el truco escénico.); pero también, las hemos fusionado con formas disímiles que van desde el No japonés al de tensión-relajación de Marta Graham.” (De la página institucional de la Compañía Teatro Argentino de Cámara: http://www.teatroelconvento.com.ar/artistica.html)

El comienzo de la obra atrae, ya la primera escena del decreto por el cual Lear distribuye su reino, se efectúa fuera de la sala, desde la altura del trono –lo que enfatiza la imagen de poder absoluto del rey– ello contribuye a fijar el espacio dramático.
En la puesta, ambos conflictos se presentan con intensidad diversa.  En Lear aparece una composición exacta, medida de la desmesura y desvarío que lo asalta; la Locura aparece como su sombra y entre ambos se componen los mejores momentos de esta puesta.
Goneril y su marido el duque de Albany, Regan y su marido el duque de Cournalles, Cordelia, Oswald y el duque de Kent están correctos, si bien estos últimos sería deseable una mayor intensidad de los personajes, que quedan un poco hablados meramente.
El conflicto del duque de Gloucester se encuentra con el exigido trabajo de Adrián Sett –que representa a Edmundo y a Edgardo, quienes tienen registros diferentes– que supone un esfuerzo superior, que por momentos desdibuja el contraste entre ellos.

La obra y la puesta son completamente recomendables y es de esperar que la sala tenga llenos continuos, y que puedan perdurar más allá de plazos mínimos planeados.





Sinopsis de Prensa

Rey Lear (1605) forma parte de la cúspide dramática de William Shakespeare (1564-1616). Examina la tormenta que genera un anciano rey, a partir del reparto de su reino entre sus hijas, y expone crudamente las consecuencias. El desmoronamiento de su familia y su país son apenas el preámbulo del caos que se cierne sobre todos los personajes, carcomidos por mezquinas ambiciones. La lealtad desaparece, la cordura es fugaz. La naturaleza misma se vuelve brutal.
Rey Lear, como una implacable vorágine, nos arrastra a los basurales de la condición humana, donde la locura y la crueldad tienen su lugar. Sin embargo, mientras la mente de Lear tambalea, alcanza una nueva sabiduría. A medida que la traición lo devora, la lealtad aparece. En su momento más oscuro, el amor lo redime.  
Una vez más, Shakespeare nos acerca el sentido de la vida. Ponemos en escena Rey Lear porque explora las relaciones más básicas de nuestra existencia, resaltando la belleza de la verdad: “Decir lo que sentimos y no lo que debiéramos decir” sigue siendo tan resonante hoy como lo fue hace cuatrocientos años.



Ficha Técnica

Actúan por orden de aparición:

ADRIÁN SETT (Edmundo - Edgardo), OSCAR SANDOVAL MARTÍNEZ (Glocester), JAVIER ALTAMIRANDA(Kent), MARTÍN BARREIRO (Lear), MATÍAS ZAS (Cornualles), GABRIELA CAPONETTO (Regan), FABIO VERÓN (Albania), MIMI FERRARO (Goneril),      FLAVIA CARLUCCI (Cornelia), GRACIELA ROVERO (La Locura) y DAMIÁN BRADWAY (Osvaldo). CANTANTE: ELISA GIRALDO GARTNER.

ESCENOGRAFÍA,VESTUARIO y DISEÑO DE LUCES: MB-MB
DISEÑO GRÁFICO: ADRIÁN SETT
FOTOGRAFÍA: JAVIER POPP
PRENSA: LAURA CASTILLO
Adaptación, puesta en escena y dirección general: MARTÍN BARREIRO

TEATRO EL CONVENTO   
Reconquista 269. C.A.B.A.
SÁBADOS 21 hs.  
Entrada gral. $150 Desc. estudiantes/jubilados $120
Reservas: 4264-1101





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