Una obra de Santiago Loza
Escribe: Héctor Alvarez Castillo
Los personajes
–con sus diferencias y distancias– son presentados bajo un manto de piedad. En
nuestra consideración –más allá de la clave psicoanalítica que recorre la obra,
de los símbolos y contrarios– el dramaturgo dice y confiesa velando.
El pudor se
exhibe. Se exhibe desde la propia arquitectura del escenario, desde el perfil
abierto de una casa de dos plantas, con su diseño de camas, televisión y baño, y
una escalera que comunica con mesa, sillas y la heladera receptáculo. El pudor
se exhibe porque necesita exhibirse para hacerse presente.
El discurso de
cada uno de los personajes –monólogos combinados con diálogos, donde la
inhibición y la exhibición van juntas– desnuda una intimidad que se muestra en
estado ingenuo a la vez que salvaje.
La mujer
aparece en la mención de una madre ausente, que calla, y en ese ser que tiene
en la heladera su lugar, un sitio que
le permite conservar la humedad y que, a un mismo tiempo, aleja, limita, el
deseo, lo enfría. En ese habitáculo reside una mujer sin marcas sobre el cuerpo.
La piel se conserva suave, de alguna manera en ella aún no está la aspereza de
la vida. Y la humedad reinante, más allá del frío que tranquiliza, es vía hacia
el calor.
Esta
dialéctica que se expresa en los pares de contrarios/complementarios:
frío/calor, silencio/palabra, inacción/acción, es desperdigada a la lo largo
del texto.
El hijo con su
alejamiento del hogar, con sus planes de un futuro in-dependiente de ese
pasado, realiza su intento por crecer. La lectura del padre es otra, no hay un
reconocimiento que arroje las vendas. El pudor se mantiene.
El padre, Ricardo Félix, debe contener su deseo,
mientras que el hijo, Martín Stanley,
no padece, en apariencia, la tentación, pero detrás de la asepsia no hay
tranquilidad. Le urge negar, le urge huir. Hay insomnio, no hay reposo. No hay
resolución, hay un conflicto vivo que atormenta. Las marcas que no se ven, se
exhiben en las palabras y en la conducta, y el silencio, cuando se instala,
delata el inconformismo.
Mientras que
la voz del padre, en la correcta actuación de Ricardo Félix, marca el ritmo de la obra, ante el difícil vínculo
con el hijo, que él parece no percibir, el
joven cultiva la distancia. Lo vivo impacienta; hasta la existencia de una planta
como símbolo, aún en su silencio, perturba.
En los
diálogos se recurrirá al pasado en común y a la historia personal, con especial
atención a las obsesiones sexuales que recorren la obra. Si las vivencias del
hijo parecen estar limitadas a fantasías y a un episodio traumático, vivido a
instancias del padre, como iniciación, en el padre están regadas a lo largo de
su existencia con naturalidad y él las recuerda con un dejo de nostalgia.
El hijo
condenado a una vigilia constante –el insomnio que no es refugio sino encierro–
tendrá en el sueño final que le ofrece el padre una salida no superadora.
Vimos “Pudor de animales en invierno” como una
obra de nuestro tiempo, con aires de Arthur
Miller, musicalizada por un bajo eléctrico que hace la base, que da los
climas, en interpretación de mismo director de la puesta: Lisandro Rodríguez, quien sale airoso de ambos retos.
Ficha Técnica:
Autor: Santiago Loza
Dirección: Lisandro Rodriguez
Asistencia de Dirección: Sofía Salvaggio
Padre: Ricardo Felix
Hijo: Martín Shanly
Mujer en la heladera: Valeria Roldán
Escenografía y Vestuario: Mariana Tirantte
Iluminación: Matías Sendón
Prensa: Maria Sureda
Producción: María Sureda
Fotografia: Nora Lezano
VIERNES y SABADOS a las 21hs
CAMARIN DE LAS MUSAS – MARIO BRAVO 960
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