sábado, 16 de agosto de 2014

La ogresa de Barracas, cruce de barbaries

Gonzalo Demaría
revive temas
del siglo XIX


Escribe:
Alejandro Miroli




Entre 1869 y 1898, varias decenas de docentes estadounidenses –la mayoría mujeres– vinieron a la Argentina para iniciar el desarrollo de las Escuelas Normales Nacionales, que irían a proveer de los recursos para el inmenso programa de educación que propagara Domingo F. Sarmiento. Estas mujeres –y unos muy pocos varones– se radicaron en las capitales provinciales y en las principales ciudades de la República, y desde allí se desató una marea educativa que aún sigue haciendo la diferencia de nuestro país.


Pero esto motivo un choque de civilizaciones –rural y urbana, tradicional y moderna–, un choque de lenguas –el castellano rural o gauchesco, el inglés estadounidense– un choque de destinos –el peón rural o gaucho; forma casi extrema de precariedad laboral la profesora normal una de las primeros destinos laborales para las mujeres profesionales y un choque de religiones –el catolicismo popular y el protestantismo de las iglesias reformadas históricas–, dan forma a la colisión que aparece como trasfondo y como tema en la obra de Gonzalo Demaría. 


Tal vez algo inspirada en el caso de la maestra Clara Jeannette Armstrong –que renuncio a la Escuela Normal de la Plata porque no cobraba el sueldo, "La ogresa de Barracas" presenta a Miss Miller, una maestra normal estadounidense disconforme con el destino que le habrían ofrecido, quejosa de las promesas incumplidas, que se dedica a enseñar inglés a los niños de las familias, y a un joven peón rural o trabajador ocasional, iletrado.


El ambiente de este encuentro es el viejo barrio de Barracas –barrio que hacia el período en que Miss Miller llegara a la Argentina, sabía combinar las residencias aristocráticas de la antigua Calle Larga con los depósitos y barracones de mercadería en una amalgama de dueños y productos de la agropecuarios con peones que acompañaban dicha mercadería, como puerta de entrada de la pampa en la ciudad.


La agenda secreta de Miss Miller es un programa eugenésico de niños pobres, que lleva a cabo con cuidado, aprovechando las fábricas de sebo del barrio para hacer desaparecer los vestigios óseos de sus víctimas. Y en el encuentro de ambos protagonistas que guardan secretos terribles uno inquiere al otro, tratando de llegar a las oscuras pasiones que los mueven.


Allí el joven observador y movedizo trata de poner a Miss Miller en evidencia, pero él mismo exhibe un horror tan similar que le impide ser juez; ambos muestras sus horrores en un juego de atracción y complicidad.


Puede entenderse la obra como metáfora de un encuentro civilización y barbarie, pero ello no es posible. Ambas barbaries sólo muestran el reverso de la vida social de la época juzgada desde nuestras propias visiones ideológicas; no hay nada de los viejos mitos de la literatura gauchesca en la crónica familiar del joven y sí una visión de la vida familiar disfuncional, mediada por más de un siglo de mirada psi, y lo mismo ocurre con el personaje de Miss Miller –en la medida que el proyecto eugenésico era en su época toda una manifestación de la modernidad más “avanzada”, ya que intelectuales que se identificaban como progresistas predicaban la eugenesia y la higiene social. Es una violencia política, en nada identificable con la figura del asesino serial como un agente con una pura pulsión de violencia psicopática.
En ese sentido la obra escenifica el encuentro de barbarie con barbarie, barbarie de la vida familiar promiscua con barbarie de la ingeniería social de la modernidad.


Ambos actores llevan sus papeles con precisión, en particular el papel de Miss Miller, ya que en ella se asume un riesgo: Miss Miller hablando casi todo sus parlamentos en inglés, con traducción simultánea –un cartel en el techo, que se ve mejor desde las butacas superiores–. Lucila Gandolfo lo hace con solvencia; en el caso del personaje marginal, hay cierta jerga campera, iletrada.
Puede señalarse que el desarrollo de la historia, la monstruosidad que ocultan, parece surgir como algo casi natural, como episodios biográficos de agentes que no tuvieran conciencia de sus horrores, mientras que el texto claramente los muestra como responsables de ellos. Y en ese sentido podría enfatizarse más la irrupción de lo no ordinario, de la monstruosidad oculta que se hace pública.


Una escenografía precisa que conforma un espacio óseo, como el interior de una osamenta gigante –un costillar que podría ser de una ballena preside el escenario configura ese espacio en el que los personajes se mueven sin la traza de mobiliario o límites, creando el espacio con su propio desplazamiento; a ello acompaña la iluminación dando clima.
Un párrafo aparte merece el vestuario –preciso y muy elaborado en ella, con vestimentas superpuestas, y más tópico convencional, en él–, que contribuye a resaltar el conflicto y contrapunto que ambos generan.

Sinopsis de Prensa:

Esta pieza concebida en díptico con “La Maestra serial”, versa sobre el encuentro entre dos culturas: la local representada en un gaucho estilo Juan Moreira y los inmigrantes, representados por estas maestras bostonianas que con su inglés llegaban al país para “educar” a los criollos residentes. La leyenda urbana cuenta sobre una dama de negro paseándose por los saladeros del barrio porteño de Barracas en busca de pupilos. Dicen que se los come, de ahí el apodo de Ogresa. Por lo demás, es fina, rubia y habla inglés. Sus víctimas no se resisten a su encanto bostoniano y caen como moscas en la telaraña. Hasta que un gauchito, émulo de Juan Moreira, la acorrala en su cueva. Este diálogo imposible ocurre en septiembre de 1888: fecha de la muerte de Sarmiento y de los crímenes del primer asesino serial de la historia, Jack el Destripador.

Ficha técnico-artística:

Duración: 55 minutos


TEATRO HASTA TRILCE
Maza 177 
Capital Federal - Argentina
Teléfonos: 4862-1758
Web: http://www.hastatrilce.com.ar
Entrada: $ 120,00 / $ 80,00 - Sábado - 20:00 hs 

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