lunes, 20 de noviembre de 2017

LAS GARIBALDI, UNA OBRA DE BASUALDO EN LIBERARTE

LA travestida forma
de ser
“argento style”
sube a escena






ESCRIBE:
FERNANDO GONZÁLEZ OUBIÑA



Función estreno de la obra Las Garibaldi de Darío Basualdo en Liberarte, la adrenalina única de llegar a ese momento se percibe en escena. La pieza escrita por Basualdo transita tres estéticas distintas desde lo literario y también podría decirse que “goza de las influencias” del relato típico de las telenovelas, donde se iluminan momentos del pasado para aclarar temas del presente que la narración no resuelve, a la vez que se asoma a la estética del café concert que tuvo su apogeo en los años setenta y por último se percibe una fuerte influencia del imaginario desarrollado en TV por Antonio Gasalla en los noventa. Todo esto en un cóctel no siempre feliz ni resuelto como estilización personal, son retazos de las cosas mencionadas, más algunos lugares comunes y chistes remanidos que hubiera sido preferible no incluir.


Vale el intento, siendo un autor joven encontrará finalmente su propia voz evitando la emulación de lo que ya se ha repetido mil veces, no obstante la pieza tiene buenos momentos y algunos hallazgos, también es un poco larga, si detectan aquello que no funciona, la pieza ganaría en potencia y en perfilar su estética.

Se trata de una familia de mujeres, que al fallecer el padre y sostén familiar, comienzan una espiral descendente, desde lo social, lo moral y una marcada decadencia en todo sentido imaginable. La pieza alterna entre varios pasados y el presente, obligando a muy aceitados cambios de vestuario, y a pesar de la modestia de los recursos se nota una resolución eficaz. En esta trama recargada y por momentos groseramente grotesca, aparece el varón que les sacará el sueño a las hermanas y que intentará abusar a la amiga, a la hermana y que incluso mirará con lujuria a la anciana madre. Sacacorchos es su apodo, un empleado ferroviario extraordinariamente dotado, que no ahorrará en frotaciones ni en ocasiones de marcada lujuria, irrespetando incluso el velatorio de su suegra.

Hay en la dirección a cargo de Mariana Muñoz aciertos y secuencias donde pierde el rumbo; en mi humilde percepción hay una falla en el ritmo general de la obra, que no pasaría por acelerarla, sino más bien por hallar una dinámica comunicacional más estilizada. Las danzas y cantos en escena ralentan la acción y estancan el relato. No hay un lenguaje unificado en los estilos de actuación, por ejemplo: uno de los actores mira constantemente al público en busca de aprobación o como remate de sus chistes; con las excepciones de Alberto Olmedo y Guillermo Francella, no conozco quien pueda sostener esto con verdadera gracia; no existiendo ese lenguaje gestual en ninguno de sus compañeros se va de estilo, detalle de actuación que recae invariablemente en el rol de dirección, porque la responsabilidad de aunar lenguajes y estéticas le corresponde.


La decisión que los roles femeninos estén interpretados por varones aporta un color de homenaje a Jorge Luz, Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle, quienes han transitado con éxito el travestismo humorístico, incluso yendo más atrás en el tiempo y siguiendo la línea estética que menciono se puede citar a Pepe Iglesias El Zorro. También funcionaría esta pieza como oposición temático-estilística a la escena under de los ochenta, donde sus exponentes se travistieron con verdadera ferocidad, allí surgieron Batato Barea, clown travesti, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese, con sus maquillajes corridos, su ropa incorrecta y un afán desacralizante de la teatralidad llevado a extremos límites, la intersexualidad estilizada o androginia transgresora de Peter Pank y el extremo cuidado y preciosismo estético de Jean François Casanovas y su troupe, por citar ejemplos relevantes del género que la historia de la teatralidad porteña contemporánea parece soslayar con amnesia imperdonable. También hay éxitos históricos del travestismo criollo como Orquesta de Señoritas de Jean Anouilh, tantas veces reprisada, o a pocas cuadras hoy en día en cartel, la comercial Sugar de Peter Stone.


En Las Garibaldi al haber roles masculinos en el texto hubiera sido deseable que los interpretasen mujeres, para convertir el detalle de la inversión genérica en decisión estética. Son respetables todas las decisiones, pero los actores no abordan esta cuestión de lo femenino desde un punto de partida en común. Se ven en escena desniveles y es una lástima, porque es ostensible el esfuerzo puesto en la tarea y, aunque el resultado es desparejo, la obra es entretenida y perfectible.

Dos de los actores se destacan especialmente y en mi opinión marcan un norte estilístico a profundizar, se trata de abordajes más sensibles y donde la búsqueda está en la verdad al pensar y en el decir y no en forzar los límites en cuánto a comicidad; Me refiero a Gustavo López y a Andrés Maradei. Ambos logran composiciones recargadas y aún así momentos donde la verdad sensible se nota y es lo absurdo de la situación lo que mueve a risa, incluso a ellos les tocan algunos textos de aquellos que me refería al principio, como chistes recortados de programas de entretenimientos, que en algunas ocasiones funcionan y en otras no; no obstante López en el rol de Mamá Inés alcanza muy cómodamente un registro creíble desde lo femenino y hay instancias donde motoriza las situaciones cargándose el ritmo de la pieza al hombro –prestar atención a este “tempo” de actor experimentado– a pesar de desplazarse en silla de ruedas domina el espacio y desarrolla una corporalidad muy interesante. Maradei también halla una creíble femineidad y apela a una conducta llena de pequeños matices que va desarrollando a lo largo de la pieza, como capas sucesivas, que son  muy visibles en los cambios de temporalidad; el tránsito de la juventud a la ancianidad de su personaje está muy bien resuelto al igual que el registro de su entorno, que lo modifica emocionalmente. Completa este trió Garibaldesco Olga, hermana de Blanca e hija de Inés, interpretado por Carlos Pera, él logra conductas físicas muy definidas en las transiciones temporales y comunica bien, pero hace de más casi en todo momento y es lo que hay que evitar en estos roles, exagerando hace pensar que no confía en su actuación, y al mirar al público ostensiblemente se va de estilo. Menos sería más en este caso.

Buena composición del tanguero y latin lover Sacacorchos, en la piel de Daniel Castiglione, interesante presencia escénica, un detalle: el manoseo con cada una de sus mujeres se parece en cada caso y es constante, disminuir sería ganar en expresividad, recordemos que la acción se desarrolla en un pasado, claro que también en tiempos antiguos la gente se manoseaba, pero hay una cuestión de época que particularizar, es un actor con futuro. Rodrigo Mascazzini logra buenas situaciones en su Cuca, es muy interesante su sorpresa, cuando algo le impacta; se nota algo de incomodidad física por momentos, la relajación al accionar comunica con más fuerza, lo que hace es bueno, sólo necesita confiar en ello.

En las escenas donde hay cierta violencia, se debe ser muy preciso, necesariamente deben ser cuidadosamente coreografiadas, y nuevamente destaco que menos sería más… Pero más allá de estos detalles es notorio el compromiso del elenco, el esfuerzo y la seriedad puestos en la tarea y descartando toda opinión crítica el que manda es el público que en el estreno rió mucho y disfrutó el inicio de un camino que espero sinceramente les dé muchas satisfacciones.



Ficha técnico artística:


Duración: 80 minutos
Clasificaciones: Teatro, Adultos

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