martes, 7 de noviembre de 2017

La medalla de oro

Predicción de Agustoni:
En el futuro un Presidente logrará sanear
el Riachuelo, pero no hay oro




Escribe:
Fernando González Oubiña


Asisto al coqueto reducto teatral, donde una degustación de vinos sorprende gratamente a los espectadores que forman larga fila para adquirir sus entradas; lleno total en la sala, mucha expectación y la lógica demora.
La obra escrita y protagonizada por Luis Agustoni nos plantea una inicial sensación de profundo contraste ya que la acción se sitúa en un futuro no lejano, pero la estética literaria parece heredada de los guiones televisivos de la década del ochenta y la escenografía nos remite claramente a un departamento en Almagro, en la década del noventa. ¿Puede ser esto una buscada lectura que conjugue lo visual, la literatura dramática y un lenguaje donde sólo faltan los cortes comerciales? ¿Será esto parte de un mensaje críptico al que Agustoni pretende introducirnos? Es un texto que necesita claramente una producción más ambiciosa, y según mi opinión, una pantalla, ya que considero que se luciría más en una puesta en cámara.

La acción transcurre en el despacho presidencial de Casa Rosada. La estética del mobiliario no colabora, pero claro, difícil sería sin un apoyo económico consistente reproducir el despacho presidencial… Los asistentes al Teatro El ojo soslayamos este inicial e insalvable inconveniente, aceptando la convención para centrar la atención en cosas más trascendentes. Hay demasiados muebles en un escenario de boca y profundidad muy acotadas, entonces o se ponen menos muebles, generando menos espacios para sentarse, o sucede lo que vi: todos los actores en algún momento tropiezan con una silla, un sillón, una mesa ratona o un escritorio; lo único que se salvó de ser tropezado fueron las dos bibliotecas a foro, izquierda y derecha y las cuatro plantas. Si hay algo que distingue al lujo edilicio del siglo XIX –Hablo de Casa Rosada– son los amplios espacios, y de existir dos zonas de estar y un escritorio, estas estarían a metros de distancia, pero claro, el escenario es pequeño…


Hay una duda razonable que me asiste y tiene que ver con un tema clásico extraído del imaginario de la fábula: El incontestable maestro en su torre de cristal. Dueño de casa y mentor de su troupe comete una endogamia muy aceptable, ya que célebres íconos, por ejemplo: Constantin Stanislavski, Jerzy Grotowski o Peter Brook, hicieron lo mismo: trabajar con sus acólitos. Creo que nadie, ni el director, se atreve a contradecir o corregir al, reitero, incontestable Luis Agustoni, figura de nuestro espectáculo que merece el mayor de los respetos y el reconocimiento del público y sus pares –eso no está en discusión– pero claramente lo dejan hacer y no lo están ayudando, ya que como autor plantea una trama posible y como actor alcanza decibeles de emocionalidad muy apreciables, pero nadie le dijo: maestro, no proponga tantos espacios, el escenario es chico… ¿y tampoco el director nota la ostensible dificultad, cuando todos los actores en algún momento corren una silla para pasar, y tropiezan de manera gloriosa una y otra vez con el sesenta por ciento de todo lo visible en escena? Eso me ha parecido imperdonable, pero si nadie se atreve a decirlo en la génesis del proyecto sucede que el público lo ve, y alguien –como yo en esta oportunidad, que debe emitir una opinión crítica– no puede soslayarlo.

Hay detalles que tampoco colaboran a crear la ilusión de estar en un despacho presidencial en un futuro cercano, donde salvo modificaciones en el personal de planta, hay ejércitos de mayordomos. Me refiero al servicio que se abandona conforme a las capas de acción, se sirve un café: la taza quedará. Se usa un plato con un trozo de queso que desempeña una función dramática, no gastronómica: ese queso se pondrá rancio porque nadie lo sacará de escena.

La dramaturgia transita una futurología tibia sin ahondar en denuncias o proposiciones para centrarse en un drama humano y privado que no salpica lo público, pero que se dirime en la Casa de Gobierno: una hija de 26 años que revela a su poderoso padre un dopping que frustró sus aspiraciones Olímpicas, presenta a su novio, actor famoso de las telenovelas – Mala noticia: en el futuro hay telenovelas de baja calidad– y de un saque le espeta en la cara al líder de los argentinos que será abuelo en ocho meses y semanas… Condimentado esto con un ministro, íntimo amigo y compañero de estudios, que escandalosamente es corrupto, vulnerando las arcas del Estado y la íntima confianza que le profesa el presidente encarnado por Agustoni, que lejos de imponer desde el planteo literario un líder carismático, acepta en su despacho todo tipo de reclamos y abusivas conductas de todos los visitantes que por uno u otro motivo lo interpelan. Esto no es ni siquiera un defecto de la dramaturgia, ya que Agustoni desde lo actoral se rebela eficazmente contra esos avances generando los pocos pero interesantes focos de conflictividad de la pieza. Como actor se desenvuelve con mucho oficio y es creíble, su cuerpo dice otras cosas en los constantes tropiezos con el universo de muebles que él mismo plantea. La escenografía de Nadia Casaux se convierte en su principal enemigo.


Este drama naturalista cuenta con las actuaciones de Ricardo Levy en la piel de ese ministro inaceptable, y es una actuación correcta pero lineal, no duda ni plantea otra estrategia que la de la amenaza y el contraataque, y lo hace todo en el mismo tono. Paula Saenz, la más joven del elenco, es la hija del presidente, deportista, desparpajada, también incendiaria. Ella comete la linealidad de plantear toda su problemática desde una única visión enojada y contestataria, llega a la emoción pero vuelve a su conducta que incluye una permanente posición con el peso de su cuerpo tirado hacia atrás, sin contrastes y debilita sus posibilidades de comunicación a un solo registro.


Belén Mazzinghi es la secretaria y siendo su personaje el más carente de conflicto se coloca cómodamente en conductas muy correctas, ejerce un rol de narradora al principio y al final de la pieza donde queda claro el corte Brechtiano, esto implica la ruptura de la cuarta pared típica del realismo para dirigirse directamente a los espectadores, que quedan súbitamente inscriptos en el plano de la ficción. Completando el elenco, Segundo Pinto encarna al padre del nieto del presidente, novio conciliador y portador del verdadero mensaje político de la obra. Pinto transita eficazmente lo planteado por el texto y logra los momentos más interesantes de la pieza, su confrontación con el presidente está muy bien orientada, Agustoni logra en esta escena y en la última con su hija los registros más emotivos, momentos muy apreciables, que hacen disfrutar el hecho teatral.

La sala llena y el entusiasmo del público confirman que La medalla de oro de Luis Agustoni es una propuesta aceptable sino exitosa para una noche de viernes.

Sinopsis de Prensa:

"La medalla de oro" es un drama reflexivo basado en historias habitualmente reservadas que convocan el interés colectivo de la sociedad: la intimidad de la vida privada de quienes ejercen el poder general. Trasciende usualmente que el ejercicio de los más altos cargos públicos suele ser poco compatible con la armonía familiar, la dicha matrimonial o la felicidad personal. La obra observa cómo gravitan sobre el gobernante la pesadísima carga del ejercicio de la autoridad sobre la vida colectiva, la abrumadora responsabilidad del bienestar general, la enconada lucha política, la tensa amenaza de la ilicitud, el abuso, y el desprecio de la ley en la entraña misma del poder, las angustias de la conciencia; cómo sus seres queridos se ven expuestos a la pérdida de la intimidad, la extinción de la calidez hogareña, la ausencia de un espacio propio en una existencia inevitablemente ajena a toda vida normal, cómo las presiones, la soledad, los inevitables enfrentamientos del mundo cerrado del poder, y las propias contradicciones del carácter someten a todo vínculo de sangre, de amor o de unión a una prueba de implacable rigor e inciertos resultados.



Ficha técnico artística

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