jueves, 12 de junio de 2014

El Oído privado o los límites del deseo

Una obra de Peter Shaffer 





Escribe: Alejandro Miroli



Peter Shaffer (Inglaterra, 1926), se ha convertido en un clásico contemporáneo por obras como Equus (1973) y Amadeus (1979), las cuales tuvieron adaptaciones cinematográficas globalmente exitosas. 
El Oído Privado es la mitad de una obra en dos actos, estrenada en 1962: The Private Ear and The Public Eye, donde expone una versión joven y otra adulta de la misma inadaptación: la vida motivada por un ideal en un mundo banal. Este trabajo tuvo que esperar hasta el año 2013 para una reposición en su país natal. 
Tal vez porque el tema es más intimista, porque explora personajes que llamaríamos comunes –oficinistas, melómanos, profesionales de clase media baja– y porque trata de historias que fincaríamos en la cotidianeidad –la timidez sexual, los celos– esta obra no haya cautivado la atención que sí lograron sus grandes historias. 

El primero de los actos de The Private Ear and The Public Eye, se ubica en la incipiente década del 60, donde todavía no se había desarrollado el Swinging London, donde todavía la vida emocional de los jóvenes estaba regida por códigos y represiones severas; ese tiempo en transición a aquel en que –en palabras del poeta inglés Philip Larkin: “La cópula comenzó/en mil novecientos sesenta y tres/ (más bien tarde para mí)/ cuando la prohibición de Chatterley cesó/ y los Beatles grabaron su primer elepé” una Inglaterra crepuscular perdía definitivamente su imperio y comenzaba a ser parte de otro, el imperio americano. Es precisamente ese tiempo de transición, que no restaba la represión y los sentimientos escondidos, el que la obra presenta con una síntesis y justeza notables. 

Tal vez el texto, parezca mínimo: chico y chico amigo quieren chica, chica indecisa y reprimida no quiere, nadie gana. Fin de la historia. Pero la función del texto dramático es abrir la realidad mundana, mostrar la estructura del deseo y de la subjetividad que moran allí, en el simple acto de desear y querer ser deseado. Y en ese sentido, lo que El Oído Privado muestra no es meramente chico quiere chica, nadie gana. Es mucho más. 


En el texto, Bob –un joven dependiente de una compañía de comercio exterior– prepara una cena en su casa para una chica –Doreen– a la que conoció circunstancialmente en un concierto y a la que admira, desde un ideal de belleza ya fijo; remarca la semejanza de su cuello largo como el que exhibe la Beatrice de “La Consagración de la Primavera”, de Sandro Boticelli. Él considera que ella, como oyente de música clásica, no debería tener nada de vulgaridad y superficialidad. El equipo de Alta Fidelidad es el centro de la vida hogareña de Bob, su solitaria existencia se centra básicamente en concurrir a conciertos o en escuchar música clásica, en el departamento donde vive.



En ocasión de la velada a la que asistirá Doreen, también invita a un compañero de trabajo –Ted– para que le ayude a crear el clima. Ted es un  joven diríamos canchero, arrebatador, lleno de confianza en sí, que sucumbe a su deseo, y lejos de ayudar a Bob a sentirse cómodo y romper el fuego con Doreen, coquetea con ella e intenta sacarle su teléfono o dirección. En esto, podemos decir que en el desarrollo de la obra se va dando un sutil cambio de roles


La acción avanza con un tono suave, de comedia dramática –el juego de seducción de Ted, la indecisión y vulgaridad de Doreen, la timidez y enojo apenas contenido de Bob, van generando equívocos– y hasta allí no se exponen sino maneras y costumbres reconocibles en la vida cotidiana. Es en los cuadros finales –cuando Ted parte porque Bob lo echa de la casa, y Doreen y Bob quedan solos– que la obra va dejando cualquier rasgo de comedia de enredos, y su trayectoria va mostrando la carga dramática de la acción que culmina en un final notable; allí la represión sexual deja de ser un rasgo de una cena frustrada, con una chica tímida y vulgar, y se convierte en el centro de dolor y sufrimiento de la subjetividad de Bob.


Pero el inter-texto de la obra expone otra cosa: la represión sexual, el inmenso peso de la timidez y las formas de la soledad. Aquí todos tienen una incapacidad afectiva, por represión, por falta de autenticidad, por imperio social. El propio Ted ejerce el juego de seducción simplemente porque tiene la oportunidad, pero luego se marcha, sin ningún interés en Doreen, quien se queda sin poder darle su teléfono. Doreen una chica que vive en la represión de su deseo sexual, en la dependencia obstinada de la figura de su padre, y que al mismo tiempo intenta –con los recursos que tiene y en forma difusa y sin concretar– entrar en el juego de seducción que le propone Ted, y  que luego de la partida de Ted, y corrida del lugar ideal en que la había puesto Bob, se queda indecisa entre entrar en la situación o cerrarse y partir. Y finalmente Bob, que no puede mirar una mujer sin sobre imponer un ideal difuso, falso e inhallable, quien no puede estar ante su propio deseo y lo falsea.


Y cuya incapacidad de comunicarse directamente, de asumir su propia existencia, lo llevan a elegir otra voz para vincularse, así las arias de ópera hablarán por él; así Bob aturde a Doreen al interpretar la escena de linchamiento de Peter Grimes y luego la emociona con la interpretación del dúo de amor de Madame Butterfly. Pero la torpeza y la timidez le impiden a Bob percibir esta emoción en una chica reprimida. Y allí ante el fracaso, Bob cierra toda posibilidad de vínculo.


En este sentido la obra va más allá de chico quiere chica, chico no conquista chica, al exhibir –desde una perspectiva epocal bien definida– qué sea el querer del chico, qué sea lo que chica no puede entender, ni puede poner en acto. Si bien ya visto en numerosas fuentes y no sea una de las obras más conocidas de su autor –lo que la crítica empecinada en medir éxito llamaría una obra menor- El Oído Privado no deja de ser una opción para explorar –al menos para poner visibles– aquellos determinantes del deseo, cuando están situados en sujetos reales –con prejuicios, con limitaciones, con incapacidades.  Y en ese sentido es un texto dramático altamente recomendable.


Jorge Sánchez Mon tomó el primer acto de The Private Ear and The Public Eye y lo presentó en forma independiente, tal vez porque es el que involucra jóvenes y porque sea el que supone una acción más dramática –en The Public Eye se trata de los celos infundados en un matrimonio de edad mediana–.

Las actuaciones son correctas, los tres actores están caracterizados como jóvenes de los 60, y exhiben con sobriedad su nivel social y educativo, entre ellos Paula Russ se destaca y hace visible a una Doreen contenida entre su deseo reprimido, la presencia obstinada de su padre y su intento temeroso de abandonar esta cerca.
La obra presenta una excelente ambientación, con escenografía y vestuario a cargo de René Diviú, y la iluminación acompaña los cambios de intensidad dramática de la acción.

Ficha técnico artística:

Paula Russ, Doreen





PATIO DE ACTORES
Lerma 568 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4772-9732
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Viernes - 21:00 hs 

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