el poder
de una metáfora?
Escribe:
Alejandro
Miroli
Siendo la metáfora la herramienta por
excelencia de la transposición dramática –recordemos la clásica definición
aristotélica de metáfora: “Metáfora es la
traslación de un nombre ajeno, o desde el género a la especie, o desde la
especie al género, o desde una especie a otra especie, o según la analogía.” (Poética,
1457b17)–
la obra de Gentile opera como metáfora perfecta y móvil: de la especie
–familia– al
género –sociedad– en los
tempranos 70. El viraje de la juventud hacia posiciones políticas
revolucionarias no sólo suponía la revolución en el género –la revolución
social cuyo efector sería el grupo en el que milita Martín– sino en la especie. Martín mismo opera como transformador del joven
Juan, le acerca lecturas de política, de filosofía, lo insta a que se enfrente
a su padre, lo saca a la vida. Y también de la especie –la transformación que
sufre Juan– a la
especie –la conquista de los límites de la propia discapacidad y más allá
también.
Ambos formas de la metáfora que definiera el
sabio estagirita, aparecen en la obra ya que ésta supera el contexto de su
estreno, donde un joven autor de 25 años estrena una obra durante la primera
gran dictadura que sufrió la Argentina moderna: el régimen católico-tradicionalista
del general Onganía, y permite reponerla en el hoy a más de cuarenta años de su
estreno. El texto sigue interpelando ya de otra manera, la inclusión y la
visibilidad de las personas de capacidades diferentes; en esto el texto logra
trascendencia porque su trasposición dramática de lo real se mantiene viva, la
potencia de una metáfora está en su
supervivencia y en su transformación.
Martín, el agente externo, la voz que
proviene de afuera, que rompe el inmovilismo y la sombra en la que están
sumidos Juan y su padre, el catalizador del cambio sin destino fijo, como
señala al interpelar a Juan:
“La
vida –explica Martín– no es una novela ni un tratado de psicología. La vida es piel, reír,
llorar, buscarse y no encontrarse… ¡jugar! Jugar, desgarrarse hasta lo último y
perder, porque siempre se pierde en este juego de vivir. La libertad no existe,
sólo existe el jugar a liberarse, pero hay que aceptar el juego… Tu revolución
está ya en marcha… Te está esperando, Juan… Rebélate contra el mando, sublévate
contra una herencia de mutilación y aborto…”
Nadie sabe ni el espectador, ni el
autor, ni los personajes, que será de esa libertad jugada, al final Juan
expulsa a su padre, pero nos quedamos con una impresión ambigua: ¿podrá vivir
su vida sin tutores? Y también, leyendo en clave de la
primera metáfora –de la especie al género– cabría preguntar, puestos en el
horizonte de los 70 ¿Podrá? ¿Podrá el proyecto revolucionario triunfar, será un
juego de la emancipación, será una tragedia más allá de la esperanza?
Esta transformación de significados
–junto a otros que el espectador podrá reconocer o interponer– se da porque la obra tiene varios niveles de significación: el
militante revolucionario y la praxis emancipadora, el joven con capacidades
diferentes y la adquisición de su autonomía; como tercero la locura familiar:
donde un padre intenta “salvar” a su hijo sometiéndolo al
enclaustramiento, a la soledad, a las niñerías y jugando con un brumoso
acercamiento de cuerpos –que corresponde a su propio oficio de ladrón de taxis
travestido–.
Así este último plano se puede pensar
como la versión teatral de un padre antropófago de su propio hijo, escena que pintara
Rubens en forma dramática y que representa la sustracción de la vida que el
padre opera en Juan.
Y tal vez esta visión suministre otra
forma de la metáfora: del género –la familia como cielo e infierno social, como
crisol de toda locura o de toda cordura– a la especie: la relación de padre
delincuente y travesti a hijo con capacidades diferentes, aniñado y reprimido.
En esa multiplicidad de sentidos, Hablemos a calzón quitado logra en un
modo preciso signar épocas: la militancia política en los 70 –en tiempos de su
estreno– o las lógicas de la inclusión, como signo de las políticas del
presente en su reposición entrada la segunda década del siglo XXI.
Ulises
Pafundi compone a Juan, un discapacitado
motor severo, con una precisión y con una economía de gestos –que revela un
profundo estudio de esa discapacidad– que
logra superar totalmente el inmovilismo que a él lo sume la situación familiar,
que logra apoderarse de su vida –o como dice el léxico político actual–, que
logra empoderarse (anglicismo por empowerment)
y adquirir un gozo pleno de sus capacidades y sus derechos.
Oscar Giménez interpreta a su padre, un
ser ambiguo –desde la ropa y los roles sexuales, hasta la confusa y perversa relación
con Juan– en forma precisa. En escala menor, Emiliano Marino no termina de convencer
en el papel de Martín, al poner en tonos de voz y actitud de nuestra época, la
pasión y la motivación –que se llevaba puesta toda la vida– de la militancia en los
tempranos 70. Falta allí alguna precisión desde la dirección de la obra.
Sólo por las actuaciones vale la pena
verla, el texto suma y agranda una experiencia teatral que conmueve y nos pone
ante nuestros límites en la consideración del otro diferente, y ambas son una
muestra de las mejores cosas que pueda brindar el teatro: hoy tanto como desde
las competencia de tragedias allá en la lejana Atenas.
Es de elogiar la ambientación, la
iluminación y la escenografía, que presenta una casa de clase media, abarrotada
de diarios que Juan usa en su pesquisa de un delincuente serial: su propio
padre.
Sinopssis
de Prensa:
Estrenada con notable éxito en 1969
por su autor Guillermo Gentile, fue
un espejo de las preocupaciones sociales de toda una generación comprometida en
nuestro país. Más de cuarenta años después, se vuelve a poner en escena y
espero hacerlo con el mismo compromiso que le dio origen.
La obra nos enfrenta con la búsqueda
de un jovencito por encontrar su identidad. A lo largo de esta historia Juan,
el protagonista, recorrerá un doloroso camino que lo enfrentará con un padre
castrador y autoritario, símbolo de la paternidad y la maternidad enfermiza y
sobre-protectora, y un amigo que no tiene donde "caerse muerto", pero
que está lleno de buenas intenciones y de un anhelo desesperado por liberar al
joven de las ataduras que no lo dejan crecer.
"Hablemos..." es un
"cuento" sencillo y hondo, lleno de humor y una buena dosis de
ternura, que toca temas siempre presentes en el mundo de las relaciones humanas
como lo son la amistad, el amor, el sexo, la posesión, la hipocresía, la
ceguera.
TEATRO
EL DUENDE
Aráoz 1469 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 48311538
Web: http://teatroelduende.blogspot.com.ar/
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Domingo - 18:00 hs
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 22:00 hs
Aráoz 1469 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 48311538
Web: http://teatroelduende.blogspot.com.ar/
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Domingo - 18:00 hs
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 22:00 hs
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