lunes, 15 de septiembre de 2014

Hablemos a calzón quitado

¿Cuál es 
el poder 
de una metáfora? 




Escribe:
Alejandro Miroli


Siendo la metáfora la herramienta por excelencia de la transposición dramática –recordemos la clásica definición aristotélica de metáfora: “Metáfora es la traslación de un nombre ajeno, o desde el género a la especie, o desde la especie al género, o desde una especie a otra especie, o según la analogía.”  (Poética, 1457b17)la obra de Gentile opera como metáfora perfecta y móvil: de la especie –familia al género –sociedad en los tempranos 70. El viraje de la juventud hacia posiciones políticas revolucionarias no sólo suponía la revolución en el género –la revolución social cuyo efector sería el grupo en el que milita Martín sino en la especie. Martín mismo opera como transformador del joven Juan, le acerca lecturas de política, de filosofía, lo insta a que se enfrente a su padre, lo saca a la vida. Y también de la especie –la transformación que sufre Juan a la especie –la conquista de los límites de la propia discapacidad y más allá también.


Ambos formas de la metáfora que definiera el sabio estagirita, aparecen en la obra ya que ésta supera el contexto de su estreno, donde un joven autor de 25 años estrena una obra durante la primera gran dictadura que sufrió la Argentina moderna: el régimen católico-tradicionalista del general Onganía, y permite reponerla en el hoy a más de cuarenta años de su estreno. El texto sigue interpelando ya de otra manera, la inclusión y la visibilidad de las personas de capacidades diferentes; en esto el texto logra trascendencia porque su trasposición dramática de lo real se mantiene viva, la potencia de una metáfora está en su supervivencia y en su transformación.


Martín, el agente externo, la voz que proviene de afuera, que rompe el inmovilismo y la sombra en la que están sumidos Juan y su padre, el catalizador del cambio sin destino fijo, como señala al interpelar a Juan:

“La vida –explica Martín no es una novela ni un tratado de psicología. La vida es piel, reír, llorar, buscarse y no encontrarse… ¡jugar! Jugar, desgarrarse hasta lo último y perder, porque siempre se pierde en este juego de vivir. La libertad no existe, sólo existe el jugar a liberarse, pero hay que aceptar el juego… Tu revolución está ya en marcha… Te está esperando, Juan… Rebélate contra el mando, sublévate contra una herencia de mutilación y aborto…”


Nadie sabe ni el espectador, ni el autor, ni los personajes, que será de esa libertad jugada, al final Juan expulsa a su padre, pero nos quedamos con una impresión ambigua: ¿podrá vivir su vida sin tutores? Y también, leyendo en clave de la primera metáfora –de la especie al género– cabría preguntar, puestos en el horizonte de los 70 ¿Podrá? ¿Podrá el proyecto revolucionario triunfar, será un juego de la emancipación, será una tragedia más allá de la esperanza?


Esta transformación de significados –junto a otros que el espectador podrá reconocer o interponer– se da porque la obra tiene varios niveles de significación: el militante revolucionario y la praxis emancipadora, el joven con capacidades diferentes y la adquisición de su autonomía; como tercero la locura familiar: donde un padre intenta “salvar” a su hijo sometiéndolo al enclaustramiento, a la soledad, a las niñerías y jugando con un brumoso acercamiento de cuerpos –que corresponde a su propio oficio de ladrón de taxis travestido.


Así este último plano se puede pensar como la versión teatral de un padre antropófago de su propio hijo, escena que pintara Rubens en forma dramática y que representa la sustracción de la vida que el padre opera en Juan.


Y tal vez esta visión suministre otra forma de la metáfora: del género –la familia como cielo e infierno social, como crisol de toda locura o de toda cordura– a la especie: la relación de padre delincuente y travesti a hijo con capacidades diferentes, aniñado y reprimido.


En esa multiplicidad de sentidos, Hablemos a calzón quitado logra en un modo preciso signar épocas: la militancia política en los 70 –en tiempos de su estreno– o las lógicas de la inclusión, como signo de las políticas del presente en su reposición entrada la segunda década del siglo XXI.

Ulises Pafundi compone a Juan, un discapacitado motor severo, con una precisión y con una economía de gestos –que revela un profundo estudio de esa discapacidad–  que logra superar totalmente el inmovilismo que a él lo sume la situación familiar, que logra apoderarse de su vida –o como dice el léxico político actual–, que logra empoderarse (anglicismo por empowerment) y adquirir un gozo pleno de sus capacidades y sus derechos.

Oscar Giménez interpreta a su padre, un ser ambiguo –desde la ropa y los roles sexuales, hasta la confusa y perversa relación con Juan en forma precisa. En escala menor, Emiliano Marino no termina de convencer en el papel de Martín, al poner en tonos de voz y actitud de nuestra época, la pasión y la motivación –que se llevaba puesta toda la vida de la militancia en los tempranos 70. Falta allí alguna precisión desde la dirección de la obra.


Sólo por las actuaciones vale la pena verla, el texto suma y agranda una experiencia teatral que conmueve y nos pone ante nuestros límites en la consideración del otro diferente, y ambas son una muestra de las mejores cosas que pueda brindar el teatro: hoy tanto como desde las competencia de tragedias allá en la lejana Atenas.

Es de elogiar la ambientación, la iluminación y la escenografía, que presenta una casa de clase media, abarrotada de diarios que Juan usa en su pesquisa de un delincuente serial: su propio padre.

Sinopssis de Prensa:

Estrenada con notable éxito en 1969 por su autor Guillermo Gentile, fue un espejo de las preocupaciones sociales de toda una generación comprometida en nuestro país. Más de cuarenta años después, se vuelve a poner en escena y espero hacerlo con el mismo compromiso que le dio origen.

La obra nos enfrenta con la búsqueda de un jovencito por encontrar su identidad. A lo largo de esta historia Juan, el protagonista, recorrerá un doloroso camino que lo enfrentará con un padre castrador y autoritario, símbolo de la paternidad y la maternidad enfermiza y sobre-protectora, y un amigo que no tiene donde "caerse muerto", pero que está lleno de buenas intenciones y de un anhelo desesperado por liberar al joven de las ataduras que no lo dejan crecer.

"Hablemos..." es un "cuento" sencillo y hondo, lleno de humor y una buena dosis de ternura, que toca temas siempre presentes en el mundo de las relaciones humanas como lo son la amistad, el amor, el sexo, la posesión, la hipocresía, la ceguera.


Ficha técnico-artística: 



TEATRO EL DUENDE
Aráoz 1469 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Reservas: 48311538

Web: 
http://teatroelduende.blogspot.com.ar/
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Domingo - 18:00 hs 
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 22:00 hs 

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