jueves, 8 de mayo de 2014

El barco ebrio, primer viaje

Homenaje a Alfonsina Storni, 
y la participación especial de
Pablo Martínez Burkett
y Mariano Shifman



El domingo 4 de mayo, a las 20 hs., dio comienzo el segundo Ciclo de El barco ebrio. Casi 10 años después del anterior ciclo de recitales de poesía –en ocasiones acompañados de música y teatro – que tuvieron lugar en el Bar La Farsa, de Villa Urquiza, en su mayoría, y en el Bar Museo de la Fotografía Simick, en Chacarita.  Algunos viejos integrantes de esos días, y otros nuevos, que serán parte del nuevo Ciclo, se juntaron en Profano, un bar pintoresco, colorido, situado en Acoyte 954, barrio de Caballito, que albergará a este barco en su segundo viaje.


Destacamos la generosidad de Ximena y Leandro, dueños del bar, por permitirnos dar vida en Profano a esta aventura.

En gesto, que busca ampliar la convocatoria, este ciclo se denomina: “Ciclo de Lecturas El barco ebrio”. 


En la velada se realizó un homenaje a la poetisa Alfonsina Storni, nacida un 29 de mayo, en 1892 y fallecida el 25 de octubre de 1938. Pablo Martínez Burkett realizó la lectura de un artículo propio, y Héctor Alvarez Castillo matizó con la lectura de algunos poemas de Alfonsina. 


Entre los escritores invitados, cuya lectura estaba programada para este primer encuentro, leyó parte de su obra el poeta Mariano Shifman,


realizando una interesante introducción sobre su relación con la literatura, los otros escritores y la conducta de las editoriales, entre otros temas.


                           Soneto del insomne

                   Mi sino es una larga madrugada
                   de sueños codiciados y de espera;
                   cada segundo pesa y me lacera
                   como la gota que a la piedra horada…

                   sin ser piedra: mi mente atribulada
                   zozobra y busca en vano una escollera,
                   una mínima tregua, tan siquiera
                   flotar en el remanso de la nada.

                   Desentenderme ya, ignorar el mundo,
                   fugarme algunas horas (poco pido),
                   hasta que irrumpa el vértigo del día.

                   La oscura lucidez –mi mal profundo-,
                   que se convierta en bálsamo de olvido.
                   Dormir al fin, mi módica utopía.    


                 Del humillado

              Desdén, diaria fatiga, el vituperio
            de acatar una voz porque se eleva;
            rendir la endeble espalda en que se prueba
            el tenso látigo de cada imperio.

            Como si nada. Como si el criterio
            que recluta a los siervos de la gleba
            fuese divino. Ya no me subleva
            ni el silencio de Dios, el gran misterio.

            Quien me demanda cuenta con su ofrenda:
            Dios son los otros, hasta nuevo aviso;
            les basta el apetito o el alarde.

            Yo, desconozco aún lo que preciso:
            si olvidar, no olvidar, que Alguien comprenda,
            o sentir que mi llama también arde.



                                            Paul  Morphy

                   A mi arribo, ¿qué había en el tablero?
                   Lances y trampas, fuegos de artificio;
                   la fácil tentación del sacrificio
                   infundado; recursos de  embustero.

                   Yo fui la exactitud, yo fui el primero
                   en combinar belleza y justo juicio:
                   mis planes transformaban en novicio
                   al táctico más hábil y altanero.

                   Rendí con mi estrategia a toda Europa:
                   manejando mis lúcidos trebejos
                   era impensable continuar más lejos.

                   Y entonces, me nublé: el viento en popa
                   mutó en borrascas, en partida oscura.
                   Y me dejé vencer por la locura.

Posteriormente, hizo su parte Pablo Martínez Burkett, leyendo dos ficciones breves, de los libros “El forjador de penumbras” y “Los ojos de la divinidad”, y un poema.


Sin contraseña
Porque si no te mantienes despierto vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora te sorprenderé.
Apocalipsis 3:3
Después de tres días de lluvia, el cielo estrena un sol de color amarillo perezoso y enhebra algunas nubes, distraídas del destino de los hombres. Allá, contra el río, un avión maniobra rasante en aproximación a la pista del Aeroparque. Pienso en sus pasajeros. Muchos vendrán por negocios, otros tantos de paseo. Tal vez alguno ya vislumbra las sábanas que lo esperan con carnal impaciencia mientras que otro, quizás, no imagina que lo aguarda una noticia inaplazable. Lo mismo podría predicarse de cada uno de los que vamos en esta marabunta de autos que vomita el Acceso Norte. En este momento son las penurias del tránsito las que nos embriagan hasta la somnolencia. Dentro de un rato, cualquier otra cosa. Y vamos por la vida como en un sueño. Y en la hora mejor (porque siempre es en la hora mejor), alguien nos sacude para apercibirnos de que estábamos soñando.
Hoy me gustaría ser Cósimo Schmitz, aquel célebre herrero del cuento de Macedonio Fernández a quien, en una cirugía pública, le extirparon el sentido de la futuridad. Y si es por querer, ni siquiera aspiro a conservar los preceptivos ocho minutos de anticipación. No deseo esa previsibilidad. En realidad, lo que quiero, aunque yo no maté a nadie, es andar por el mundo sin esperanza pero también, sin temor. Vagar, indolente. Dejarme vivir, desnudo de urgencias. Sentarme en un bar a mirar la gente que pasa por la vereda mientras se me enfría el café. O envidiar la juiciosa ignorancia de las palomas en la Plaza de Mayo. Ya. Ahora. Como si tuviera la contraseña para eludir esta brutal sucesión de causas y efectos.
¿Al final qué somos? Rostros, recuerdos, remedios. Santos, devociones y rezos. Contiendas, fracasos, ilusiones. Una ristra de palabras en el relato de una divinidad dormida. Eslabones en la azarosa cadena de la vida. Nunca sabremos cuándo fue la última vez que hicimos algo, que estuvimos con alguien. Pero deberíamos. Porque uno hubiera podido retener un detalle, paladear una melodía, preservar el eco de una caricia. Recobrar el olor del aceite de oliva con el que cocinaba mi abuela. O el aroma quieto de azahar en la madrugada o la sonrisa aquella, por haber merecido el primer beso. ¿Y si me bajo de este aluvión inmóvil de coches que no va a ninguna parte? Eso sí que sería incurrir en algo novedoso. No hacer lo esperado. No cumplir con todo. Deshonrar la confianza de todos. Descarriarse. Consentirse. Ser otro. Eso, ser otro.
Un sobre blanco con los colores sobrios del Hospital Zonal va en el asiento del acompañante. Lleva mi nombre. Bien conozco el veredicto que cobija. Sí, así, sin aviso. Es un juego perdido, sin sentido, lo sé, pero igual apostaría el olvido de lo que fui contra la ignorancia de todo lo que no seré, salvo una foto marchita.

                         Pablo Martínez Burkett


Ambos autores, al término de sus lecturas, dialogaron con los espectadores, creándose un buen intercambio de ideas, en el ping-pong de preguntas y respuestas, que es ese plus añadido que se anhela lograr en estos encuentros.


 En la última parte, con la invitación a micrófono abierto, el poeta Héctor Urruspuru, que en un gesto de amistad y confianza se hizo presente, interpretó, con gran experiencia en esto, poemas de su autoría. Urruspuru es un histórico coordinador del Ciclo Maldita Ginebra, quizá el más antiguo de nuestra ciudad, que se realiza las madrugadas de los viernes, actualmente, en el barrio de Abasto. Recomendamos visitarlo, es distinto a otros.



Como un dios oscuro

como un dios oscuro
que me llega de tu corazón
y que dicta palabras
que jamás darán de comer al alma
es un techo de chapas la ternura
y que se vuela con el viento

anda con sed la noche
un terraplén
un tren quieto
un pordiosero
media miserable luna
es un hueso roído en un cielo
raído
anda con sed la luna

las cosas que se podrían haber
amado
son ahora aguas servidas
(se escurren en las alcantarillas)
a lo largo de la avenida
las ambulancias se llevan
los restos del amanecer
(que morirán camino del hospital)
y todo poema de aquí en mas
va a pedir limosna
ah! estas nuevas aves negras
cantan en la noche desahuciada!

no

como un dios oscuro
que me llega de tu corazón
nuestro amor está oliendo feo.

Héctor Urruspuru


Estas reuniones de Lecturas El barco ebrio  –como fue en su primer ciclo– serán los primeros domingos de cada mes, a las 20 hs., llueve o truene, en el bar Profano, Acoyte 954, barrio de Caballito.


Y va el anticipo: el próximo escritor homenajeado será… Macedonio Fernández, nacido en nuestra ciudad de Buenos Aires, justamente, el 1 de junio de 1974. 140 años después, tendrá nuestro homenaje, con lectura de pasajes de su obra. ¡Los esperamos! 

2 comentarios:

  1. Excelente reseña de las actividades del domingo, Héctor. Seguramente con el paso de los meses, El Barco Ebrio se irá consolidando, como en su primera etapa, como un lugar de encuentro tradicional de los domingos por la noche.
    Quiero destacar que me sentí muy cómodo al participar de tu ciclo, con plena libertad para leer y opinar sobre diversos temas.

    Felicitaciones y un cordial abrazo.

    Mariano Shifman

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    1. Muchas gracias Mariano por participar en este primer viaje, gracias por tus poemas y tus palabras. Un abrazo, y nos veremos el 1 de junio.

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