sábado, 31 de mayo de 2014

Las Sillas, en adaptación de Rafael Fernández

Eugène Ionesco siempre vigente 

Escribe:
Alejandro Miroli


Eugène Ionesco (Rumania, 1909-1994), novelista, ensayista pero fundamentalmente uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, conformo –junto a Samuel Beckett, Arthur Adamov, Fernando Arrabal, Sławomir Mrożek yHarold Pinter– un grupo de autores caracterizados por ciertos rasgos que el crítico y dramaturgo Martin Esslin (1918-2002) denomino teatro del absurdo (cf. The Theatre of the Absurd. Nueva York, Doubleday, 1961), introduciendo una de las categorías más ricas y móviles de la crítica dramática actual. Esslin tomó como punto de partida de su análisis el pensamiento de Albert Camus, especialmente su ensayo El Mito de Sísifo (1942), en el que Camus define la condición humana como básicamente carente de sentido o absurda, noción que “Acabo de definirlo como una confrontación y una lucha sin tregua. Y llevando hasta su término esta lógica absurda, debo reconocer que esta lucha supone la ausencia total de esperanza (que nada tiene que ver con la desesperación), el rechazo continuo (que no se debe confundir con la renunciación) y la insatisfacción consciente (que no se debería confundir tampoco con la inquietud juvenil)” (cf. El Mito de Sísifo, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 18). 


La ausencia total de esperanza, que no configura desesperanza, supone una espera sin meta, una situación que, al no poderse conectar con ninguna trayectoria vital o comunal, deja al intérprete en una situación de insatisfacción, en un intento de llenar de alguna manera ese espacio que se abre hacia ningún lugar.  


Estos temas están presentes en la obra de Ionesco: Las Sillas –que fue estrenada en 1952 y a la que el autor llamó “farsa dramática”.   En ella dos personajes –El Viejo y La Vieja– viven aislados en un medio lacustre, y plantean continuas preguntas sobre lo que hubieran hecho, convocan a una gran conferencia, y en ese paso toman la decisión de suicidase, exponiendo una supresión de la esperanza.


Sobre una secuencia de eventos que aprendemos a interpretar de cierta manera –vivir, crecer, aprender, envejecer, retirarse– se introduce otra, que es completamente extraña y que no cabe en ninguna de las ideas previas que teníamos. Así la conversación que presenciamos no tiene ni origen concebible, ni orden claro, ni conecta con las ideas comunes sobre entremetimiento de una pareja, pero no es un dislate de palabrería sorda. 


 Por el contrario El Viejo en su larga vida ha generado un mensaje, un nuevo relato para la Humanidad, y en esa ocasión ese mensaje fundamental será presentado, a los más egregios representantes de la Humanidad, como testamento vital del cual nada podemos inferir, ni suponer de los desatinos que van uniendo a la pareja.

Pero no será él quien lo diga, sino un Locutor, invitado a exponer sus ideas, locutor que se presenta mudo y sin semblante, completamente enmascarado, como una presencia ausente.
Y cuando llega el momento ese mensaje es dado a nadie por un locutor que emite palabras sin sentido alguno.

Así como metáfora de los grandes relatos históricos, caídos tras la segunda guerra mundial, el mensaje que nada contiene le es dado a nadie por un autor que se quita la vida al reconocer la consumación –vacua– de su obra magna.

Rafael Fernández nos ofrece una adaptación de la obra original en la que, tal vez para acortar la duración total y darle otro ritmo, queda eliminada la figura del Emperador, quien en el texto de Ionesco es el que cierra la llegada de los invitados al mensaje final; y al mismo tiempo se ha alterado sutilmente el final, restándole fuerza dramática. En esta versión el Orador básicamente permanece impávido, mientras que en la obra original emite monosílabos sinsentido, y usa una pizarra para escribir otros, acentuando el carácter extraviado y desarticulado de la secuencia de hechos que estamos presenciando.

Eduardo Santoro y Martha Rodríguez tienen una larga experiencia teatral con teatro de texto, y se impone su profesionalismo, si bien el primero parece titubear en un par de diálogos. En general sus actuaciones acompañan el tono general de la obra, si bien Rodríguez ofrece una composición en línea con la intensidad del texto. En Santoro por lo contrario hay algún tono conversacional, que puede retardar un poco la acción dramática. 


Es de celebrar que compañías de teatro independiente puedan acceder a textos de la gran tradición del siglo XX, que no siempre están disponibles para elencos sin un gran inversor. Y en ese sentido, Las Sillas es una obra que debería ser de vista obligatoria para todo interesado en el teatro y la literatura del siglo XX.


Ficha técnico artística



PATIO DE ACTORES
Lerma 568
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4772-9732
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 19:00 hs 

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