Escribe:
Alejandro Miroli
Eugène
Ionesco (Rumania, 1909-1994), novelista, ensayista pero fundamentalmente uno de
los dramaturgos más importantes del siglo XX, conformo –junto a Samuel Beckett,
Arthur Adamov, Fernando Arrabal, Sławomir
Mrożek yHarold Pinter– un grupo
de autores caracterizados por ciertos rasgos que el crítico y
dramaturgo Martin Esslin (1918-2002) denomino teatro del absurdo (cf. The
Theatre of the Absurd. Nueva York, Doubleday, 1961), introduciendo una de
las categorías más ricas y móviles de la crítica dramática actual. Esslin tomó
como punto de partida de su análisis el pensamiento de Albert Camus,
especialmente su ensayo El Mito de Sísifo
(1942), en el que Camus define la condición humana como básicamente carente de
sentido o absurda, noción que “Acabo de
definirlo como una confrontación y una lucha sin tregua. Y
llevando hasta su término esta lógica absurda, debo reconocer que esta lucha
supone la ausencia total de esperanza (que nada tiene que ver con la
desesperación), el rechazo continuo (que no se debe confundir con la
renunciación) y la insatisfacción consciente (que no se debería confundir
tampoco con la inquietud juvenil)” (cf. El
Mito de Sísifo, Madrid, Alianza Editorial, 1985, p. 18).
La
ausencia total de esperanza, que no configura desesperanza, supone una espera
sin meta, una situación que, al no poderse conectar con ninguna trayectoria
vital o comunal, deja al intérprete en una situación de insatisfacción, en un
intento de llenar de alguna manera ese espacio que se abre hacia ningún lugar.
Estos
temas están presentes en la obra de Ionesco: Las Sillas –que fue estrenada en 1952 y a la que el autor llamó “farsa dramática”. En ella dos personajes –El Viejo y La Vieja– viven aislados en un medio lacustre, y
plantean continuas preguntas sobre lo que hubieran hecho, convocan a una gran
conferencia, y en ese paso toman la decisión de suicidase, exponiendo una
supresión de la esperanza.
Sobre
una secuencia de eventos que aprendemos a interpretar de cierta manera –vivir,
crecer, aprender, envejecer, retirarse– se introduce otra, que es completamente
extraña y que no cabe en ninguna de las ideas previas que teníamos. Así la conversación
que presenciamos no tiene ni origen concebible, ni orden claro, ni conecta con
las ideas comunes sobre entremetimiento de una pareja, pero no es un dislate de
palabrería sorda.
Por el
contrario El Viejo en su larga vida
ha generado un mensaje, un nuevo relato para la Humanidad, y en esa ocasión ese
mensaje fundamental será presentado, a los más egregios representantes de la
Humanidad, como testamento vital del cual nada podemos inferir, ni suponer de
los desatinos que van uniendo a la pareja.
Pero no
será él quien lo diga, sino un Locutor,
invitado a exponer sus ideas, locutor que se presenta mudo y sin semblante, completamente
enmascarado, como una presencia ausente.
Y
cuando llega el momento ese mensaje es dado a nadie por un locutor que emite
palabras sin sentido alguno.
Así
como metáfora de los grandes relatos históricos, caídos tras la segunda guerra
mundial, el mensaje que nada contiene le es dado a nadie por un autor que se
quita la vida al reconocer la consumación –vacua– de su obra magna.
Rafael Fernández nos
ofrece una adaptación de la obra original en la que, tal vez para acortar la
duración total y darle otro ritmo, queda eliminada la figura del Emperador, quien en el texto de Ionesco
es el que cierra la llegada de los invitados al mensaje final; y al mismo
tiempo se ha alterado sutilmente el final, restándole fuerza dramática. En esta
versión el Orador básicamente
permanece impávido, mientras que en la obra original emite monosílabos
sinsentido, y usa una pizarra para escribir otros, acentuando el carácter
extraviado y desarticulado de la secuencia de hechos que estamos presenciando.
Eduardo
Santoro y Martha Rodríguez tienen una larga
experiencia teatral con teatro de texto, y se impone su profesionalismo, si
bien el primero parece titubear en un par de diálogos. En general sus
actuaciones acompañan el tono general de la obra, si bien Rodríguez ofrece una composición en línea con la intensidad del
texto. En Santoro por lo contrario
hay algún tono conversacional, que puede retardar un poco la acción dramática.
Es
de celebrar que compañías de teatro independiente puedan acceder a textos de la
gran tradición del siglo XX, que no siempre están disponibles para elencos sin
un gran inversor. Y
en ese sentido, Las Sillas es una
obra que debería ser de vista obligatoria para todo interesado en el teatro y
la literatura del siglo XX.
Ficha técnico artística
PATIO
DE ACTORES
Lerma 568
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4772-9732
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 19:00 hs
Lerma 568
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4772-9732
Entrada: $ 90,00 / $ 70,00 - Sábado - 19:00 hs
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